Naturalezas y fuerzas

He entrado en un fuerte conflicto con la tecnología. Hace seis años, regresé con mi familia a Colombia, después de haber vivido en Cumbayá, Ecuador durante dos años exactos. Me fui con un esposo y un bebé, y regresé con el mismo esposo, mi precioso niño y una hermosa princesa. Cuando decidimos volver fue un salto al vacío, pues allá teníamos un trabajo agradable y estable, un lugar hermoso de vivienda y una rutina muy tranquila. Sin embargo, nos atrajo la idea de que nuestros hijos crecieran rodeados de su familia, de amigos muy cercanos, de un entorno más cómodo para todos. Llegar a Colombia para estar cerca de la familia significaba Bogotá: tráfico, contaminación, alto costo de vida, movimiento, en fin, todo lo que implica una ciudad caótica. Por eso, antes de regresar, recuerdo haberme sentado con mi esposo en un columpio del lugar donde vivíamos en Cumbayá, para soñarnos ese regreso. El entorno donde nos movíamos implicaba un alto costo de vida y el esquema social parecía ser el mismo en todas partes: el éxito se traducía en la posición laboral, la propiedad raíz, el modelo del vehículo, y todas las cosas que se pudieran adquirir. Y entonces, nos hicimos la pregunta ¿Qué es calidad de vida para nosotros?

La respuesta no se hizo esperar: calidad de vida significa pasar mucho tiempo con nuestros hijos, viajar y conocer otras formas de ver el mundo, no caer tan redondos en el consumismo, utilizar lo menos posible el sistema bancario y menos las tarjetas de crédito, trabajar en lo que nos gusta e incorporar la meditación en nuestras vidas, no tener tv por cable para que nuestros hijos no se queden prendados de ese aparato; por supuesto nada de videojuegos, ni comidas rápidas, buscar una casa en el campo. Soñamos con eso y al regresar, no pudimos vivir en el campo, sino en el corazón de Bogotá, cerca de uno de los parques más hermosos y una biblioteca fabulosa. Lo otro se cumplía al pie de la letra.

Cuando no se refresca la memoria, cuando se cae en la inercia o las nuevas experiencias trascienden las ideas, se puede caer muy fácil. Y eso fue lo que pasó. Primero, llegó la televisión por cable, Internet como herramienta "indispensable", los planes de celular "extremadamente necesarios"... obviamente la tarjeta de crédito aterrizó sin pedirlo, las comidas rápidas facilitaron la vida por mucho tiempo. Aunque todo esto se alternaba con viajes, camping, reglas familiares, juegos, lectura de cuentos y fiestas infantiles. Una extraña mezcla de cotidianidad donde parecíamos seguirnos resistiendo al "sistema" pero entregándonos con una facilidad silenciosa. El exceso de trabajo alimentó mucho esta transición, pues el cansancio y la necesidad de complacer los tiempos familiares nos llevaron a empezar un estilo de vida muy capitalino. Incluso, matriculando a nuestros hijos en cursos extracurriculares para que tuvieran actividades en los tiempos "muertos".

Y bueno, detrás de todo esto llegó el X-Box... ni hablar. Adicionalmente, cuando estoy en una mesa con más de tres personas empiezo a sentirme extraña porque todos hablan entre sí a través del chat y no directamente.  En fin, reconozco que la tecnología ha traído bienestar a la humanidad, logros que facilitan la vida de manera increíble; no puedo negar que el celular es indispensable, pero si puedo afirmar que los teléfonos androides y los iPhones acercan a quienes están lejos... y alejan a quienes están cerca...

Una amiga muy querida me dijo que era inevitable lo que estaba sucediendo (todo el mundo conectado las 24 horas y navegando) y que yo debía adquirir un equipo de esta tecnología para ser parte de eso que estaba sucediendo. Y si, es innegable que estamos en la época de las comunicaciones, que el conocimiento está al alcance de todos, que con dar click el mundo está en mis manos, que tengo un blog, un perfil en red social, un correo electrónico hace más de 15 años, que chateo con amigos y eso me hace feliz, pero que puedo controlarlo. Que prefiero mil veces leer un libro donde mis manos pueden palpar las hojas y mi olfato percibe el olor a papel... que una visita me hace más feliz que un mensaje de texto, que estoy presente con mis hijos, que no se cómo mediar con ellos este asunto, porque como lo dije, estoy de pelea con la tecnología. Y si, quién dijo que sólo hay una manera de vivir la vida; quién dijo que sólo hay una manera de relacionarse con el mundo y quién dijo que si no estoy en la web, no existo.

No puedo luchar contra la naturaleza de quienes me rodean, no puedo seguir vociferando en contra de todo esto que llegó a mi vida sin pedirlo, no debo controlarlo todo como yo quisiera. Mi hijo, de 8 años, afirma que él y la tecnología son como hermanos... en cambio a mi hija de 6 no le importa nada de eso. Y mi pequeño bebé con 3 meses seguramente tiene el chip incorporado porque ¡es modelo 2012! de nada sirve contrarrestar las fuerzas de la naturaleza y menos chocar con algo que es parte de la vida de todos. No creo que el asunto sea tan darwiniano como adaptarse o desaparecer, pero si creo que es necesario mediar, para no perderse de esos destellos de vida que hay por fuera de la nube, porque hay demasiada belleza por ahí suelta y sería triste que mis hijos no la pudieran sentir por estar conectados a la matriz. O bueno, depende de ellos, yo intentaré continuar resistiendo para seguir apreciando desde mi ventana el sauce que se mece con el viento y me recuerda que hoy estoy y mañana... no lo se.

Comentarios

  1. Luisa, creo que ese probelam también lo tengo yo. Nosotras hemos crecido sin este nivel de tecnología y sabemos que se puede vivir sin ello. Pero estas nuevas generaciones crecieron con un control remoto en las manos y que decir de internet. Entiendo tu afán por disfrutar de lo "tradicional", ojalá se den esos espacios.
    Besitos a bebé.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  2. Jaaa, YO ME ESCAPÉ!!! Desde Santamarta, tu amiga, con la que ya no hablas,un abrazo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares